Hace unas semanas UBER, la multinacional del servicio de taxi, reportó pérdidas del último trimestre de USD 1,200 millones, lo que le acumula pérdidas de más de USD 7 mil millones en lo que va del año. Esta empresa lleva 10 años en el mercado y sigue perdiendo dinero. Esto a pesar de que sus ingresos subieron casi 30% con respecto al último trimestre del año anterior y cuenta con más de 99 millones de usuarios mensuales activos.
En 1994, Jeff Bezos, fundó Amazon, una tienda en línea que se dedicó inicialmente a la venta de libros. Más adelante, la compañía se abrió a la venta de todo tipo de productos y apenas dio utilidad en el 2003. Hoy, Amazon es la tienda en línea más grande del mundo con facturación de USD 234 mil millones en el 2018 y Bezos es el hombre más rico del mundo.
Las empresas tecnológicas americanas han partido de la premisa que primero deben hacer masa crítica (acumular clientela) inclusive subsidian las transacciones para crecer. Cuando llegan a tener los millones de usuarios suficientes y un posicionamiento fuerte en el mercado, empiezan a rentabilizar. En muchos casos, deudas iniciales de bajo costo financiero, acaban diluidas con la enorme facturación que llegan a tener. Estas empresas sobreviven sus años de vacas flacas vía inversionistas institucionales (deuda o inversión) y de forma complementaria con emisiones en bolsa de valores.
Nuestras empresas agroexportadoras no tienen las mismas oportunidades que las empresas tecnológicas americanas y deben financiar su crecimiento a través de deuda y fondos de capital privado compartiendo la propiedad. Pero para lograr esto no pueden separarse de los fundamentos: presentar probados flujos de ingresos y garantías (de preferencia reales). Nuestro mercado de valores (incluyendo el alternativo) y los fondos de inversión no están sedientos de capitalizar a nuestras empresas estratégicas (agro y forestal) de modo que no está demás pensar que nuestro ahorro interno forzado (fondos administrados por las AFP) puedan servir, en un pequeño porcentaje y de modo obligatorio, para capitalizar empresas que serán las locomotoras de la diversificación productiva peruana, lo que redundará en dar empleo formal y mejor remunerado a la población.
En el 2002, el tipo de cambio promedio en el Perú fue de 3.5 sol/dólar. Si en ese momento nos hubieran preguntado ¿qué pasaría si el tipo de cambio baja 20%? La mayoría de los gerentes de empresas agroexportadoras de esa época hubiéramos profetizado el cierre de nuestras empresas. Para el 2006 el tipo de cambio cayó 10% y para el 2010 cayó 20% situándose en 2.8 sol/dólar ¿quebraron las empresas agroexportadoras?
La respuesta a la pregunta anterior es que muchas empresas quebraron, pero las más pequeñas o débiles, otro grupo importante creció y se consolidó. Las empresas aprendieron a administrar el riesgo cambiario: pasando la materia prima a la moneda más conveniente, aplicando instrumentos financieros para venta futura de divisas, diversificando su oferta y haciendo más eficientes sus operaciones y procesos.
En la década de los 90s cuando iniciaba CHAVIMOCHIC, la hectárea de tierra se vendía en montos cercanos a los USD 1,500/Ha. La última subasta de Olmos, de hace unos años, vendió a USD 5,500 la hectárea. Pero si quieres comprar en un valle costero debes pagar cifras que superan los USD 30 mil/Ha y mis amigos arequipeños, que no lavan la camioneta porque les fascina su tierra, no venden a menos USD 60 mil la hectárea.
Arequipa y Moquegua son la oportunidad de contra-estación a la costa central o costa norte, es decir poder abastecer a los mercados casi la totalidad de los meses del año. Pero el alto costo de la tierra ha sido un impedimento para esto. Algo que se debe resolver con próxima subasta de tierras de la complicada irrigación de Majes II.
Colombia aún tiene mucha tierra a USD 2,500/Ha. y ello motiva que más empresas peruanas se vayan a invertir allá. Supongo que luego toca pedir Ley de Promoción Agraria a la colombiana. Lo anterior muestra que en paralelo a leyes de fomento, el costo de la tierra es un gatillo principal del desarrollo agroexportador. Viene a colación decir que la Ley 27360 debe prorrogarse y de una vez, y al mismo nivel de importancia, urge seguir desarrollando cartera de proyectos de irrigación. No perdamos el sueño de las pampas de Concón en Cañete o Pampas Verdes en Ica.
Necesitamos agroexportadoras más grandes. Empresas que superen facturaciones de USD 1,000 millones y puedan ser multi-latinas para crecer y diversificar riesgos, dominar todo el hemisferio sur americano. Empresas con recursos suficientes para la innovación. El arándano es una realidad, se viene la cereza, la frambuesa y el kiwi; pero esto solo es el comienzo. El gran desarrollo peruano será la industria alimentaria. No la industria que compra políticos para evitar regulaciones, sino aquella que innove y pueda darle al consumidor una oferta rica, diversa y lo más natural posible. Alimentos que nutran y tengan beneficios colaterales a la salud o estilo de vida.
Así como en la novela “Redoble por Rancas” de Manuel Escorza: el ingeniero minero acabó borracho porque se dio cuenta que, hasta esa fecha, el Perú no había descubierto el mayor potencial de cobre. Nosotros estamos recién por descubrir el gran potencial del agro y su industria para nuestro país.