La conciencia y las decisiones de inversión pública y privada para mejorar el uso del agua en la costa han crecido notablemente, lo cual es meritorio en muchos aspectos. Sin embargo, ni la conciencia ni las decisiones de inversión han crecido, para proteger las cuencas de la vertiente occidental de los Andes, de donde viene el agua para su uso en la costa. Estas notas llaman la atención sobre la urgencia de un viraje sustantivo al respecto.
El agua que discurre en los 50 ríos que desembocan al Pacífico desciende de la sierra. Entre enero y marzo el 75 a 85 por ciento (según los ríos y según los años) y entre el 15 y 25 por ciento en los otros nueve meses. Las consecuencias han sido evidentes: Gran destrucción y elevados costos en obras de protección en los meses de altas escorrentías; y grandes pérdidas por tierras que no se sembraron o por rendimientos de los cultivos que no se lograron en los meses de estiaje.
El Estado ha dedicado una gran cantidad de recursos para paliativos para protección de excesos de descargas de los ríos, tarea que se viene realizando durante los últimos cincuenta años o más. El ejemplo más significativo se encuentra en el programa Reconstrucción con Cambios, que se viene ejecutando desde el 2017; cuyo presupuesto asignado es de 25,000 millones de soles, de lo cual a diciembre del 2024 se ha ejecutado 76 por ciento. En cuanto a soluciones parciales asociadas a la limitada disponibilidad de agua en los valles, se ha realizado el racionamiento, dando como resultado que se cultive áreas menores que las disponibles.
Esas son medidas para reducir el impacto, pero no abordan el origen del problema, el cual persiste y se agravará con los cambios en el clima. Para abordarlo debe considerarse los beneficios de la inversión orientada a la estabilización y regularización de la descarga de los ríos, mediante la protección de las microcuencas con infraestructura verde y marrón. Infraestructura verde incluye protección y renovación de pastizales y la arborización; infraestructura marrón incluye cochas, zanjas de infiltración y andenes, entre otros. Esta infraestructura amortiguará la escorrentía y favorecerá la infiltración, lo cual se reflejará en los siguientes seis beneficios:
Estos beneficios llegarían a mucha más gente, incluyendo las poblaciones de la sierra; tendrían un efecto multiplicador más significativo, al permitir la expansión de la agricultura bajo riego; y serían más durables, porque protegen los recursos naturales.
Los resultados de la investigación, asistencia técnica y fomento de inversiones de los gobiernos regionales y locales de parte de CONDESAN, y más recientemente de la ANIN, ofrecen abundante evidencia para justificar la expansión masiva de sus propuestas. Dichos aportes no solo son en los aspectos técnicos, sino en los mecanismos de gobernanza y en especial de participación ciudadana.
El establecimiento de esta infraestructura natural tiene un costo por hectárea que varia entre 2,000 y 4,000 dólares; a lo que hay que sumar 1,500 a 2,000 más para aspectos administrativos y el mantenimiento durante tres a cinco años. Es decir, unos 4,000 a 6,000 dólares por hectárea. Esta infraestructura natural, lejos de depreciarse, aumenta su valor con el tiempo.
El cambio fundamental es en la visión del desarrollo: ¿Atajo el agua durante unos dias y la raciono durante unos meses; o cuido los suelos y las laderas de donde viene el agua? Es obvio que para ello hay que superar una condición muy arraigada: La preferencia por el gasto en infraestructura gris (cemento y concreto) y sus beneficios colaterales para las empresas constructoras y allegados; y reemplazarla por el trabajo comunitario con las poblaciones de la sierra. Los beneficios económicos, sociales y ambientales son mucho mayores en el segundo caso. ¿Quién quiere ponerle el cascabel al gato?