Con una industria algodonera en declive, ¿son los transgénicos una alternativa? ¿Qué otros frentes se abren en la biotecnología con la aparición de la tecnología CRISPR? Aquí más alcances desde una perspectiva netamente científica.
(Agraria.pe) La industria algodonera peruana está en crisis a pesar de su reconocida calidad. Y es que el mercado ha sido tomado por el algodón americano, una especie que se cultiva con la ayuda de semillas transgénicas. Así lo señala el divulgador científico David Castro Garro, quien puntualiza que el 95% del algodón que se comercializa en el mundo es el americano –especie gossypium hirsutum-, que en nuestro país solo es cultivado por dos grandes empresas agrícolas en Lambayeque con sistemas tecnificados, imposibles de implementar por un pequeño agricultor, pues requiere cuidados muy especiales.
“En el Perú sembramos mayoritariamente las variedades Tangüis y Pima –especie gossypium barbadense- y en ellas no hay transgénicos. Por ello en Piura, por ejemplo, tienen el problema del gusano rosado, una plaga que acaba con el algodón y ocasiona pérdidas grandes para los agricultores. Si hubieran transgénicos que resistieran a este gusano como hay en la variedad gossypium hirsutum, sería un gran ahorro para los agricultores”, señaló el especialista.
Consultado sobre si no hay forma de implementar en el país el algodón americano para competir, Castro replica que ya se ha intentado, pero que se trata de una variedad adaptada a las condiciones de Mesoamérica, por lo que se cultiva principalmente en Estados Unidos, India y China, zonas que están en la misma latitud. En cambio, en el Perú el cultivo requeriría cuidados muy especiales. Por ello, es difícil competir ya que esta variedad permite cosechar en cuatro meses, en tanto que las variedades peruanas demoran de seis a ocho, aunque son de mayor calidad y de hecho se las considera el tipo más fino del mundo.
Recordó que se han hecho intentos de introducir la variedad Hazera, que es un híbrido que combina la buena fibra del barbadense y la precocidad para producir del hirsutum. “Se ha implementado en el norte del país, aunque no en una gran extensión. El INIA debe hacer investigación para encontrar una variedad mejorada del algodón Pima o del Tangüis, que puede ser transgénica, pues la tecnología, si se usa bien, puede generar importantes beneficios”.
Competencia desigual
A partir de la experiencia con el algodón surge la pregunta: ¿Cómo competir como país con otras naciones que sí usan transgénicos y han desarrollado mayor producción y eficiencia?
David Castro responde: Es un tema interesante y muchos ponen de ejemplo al maíz amarillo, pues Perú tiene una industria avícola muy grande a la que se destina ese maíz. Nosotros importamos un poco más del 60% del maíz amarillo para abastecer la demanda nacional y nos dicen que si usamos transgénicos podemos aumentar esa productividad y ya no dependeríamos de las importaciones, pero eso no es tan cierto. En Perú el promedio de rendimiento por hectárea de maíz está en 4.8 toneladas por hectárea, pero es un dato engañoso porque en Lima, en la costa norte como Barranca, el rendimiento promedio está sobre las 10 toneladas por hectárea. La Libertad está sobre las 9 toneladas, Lambayeque sobre 7.5 a 8 toneladas. Son zonas con agricultura tecnificada donde la mayoría de agricultores usa semilla certificada, no usan grano. Pero sucede que la mayor extensión de cultivos de maíz amarillo está en la selva, San Martín y Loreto –casi el 30%-, y allí el rendimiento no supera las 2 toneladas por hectárea porque es agricultura de subsistencia, el productor no usa semilla certificada sino grano que compra en el mercado y con eso nunca obtendrá un rendimiento óptimo.
¿El tema del acceso a mejores semillas es clave entonces?
Si, primero hay que mejorar eso, los agricultores deben usar mejor semilla, recibir facilidades para acceder a crédito y mejor tecnificación para que su producción aumente. Si introducimos transgénicos sin mejorar toda la cadena, de la que la semilla es parte importante pero no es todo, sin buen manejo agrario y de plagas, no van a rendir los cultivos. Allí no importará si se usan semillas transgénicas o súper semillas, si no hay manejo integral del agro nunca habrá buena productividad. Es como si tuviera un auto de Fórmula 1 y lo quisiera correr en una calle llena de baches, nunca va a mostrar su potencial así. Es lo que sucederá si se introduce la semilla transgénica sin mejorar todo lo demás.
El futuro es la tecnología CRISPR
Si el debate sobre transgénicos es amplio y exhaustivo, no menos promisorio en controversia es la nueva tecnología CRISPR, un esquema de edición molecular precisa para modificar genes. David Castro apunta que justamente, una de las críticas que se suele hacer a los transgénicos es la aleatoriedad de su proceso, pues un gen se introduce de manera aleatoria en el ADN del organismo y puede generar efectos inesperados. En cambio, la tecnología CRISPR consiste de una herramienta molecular que permite hacer cambios, inserción, retiro y edición de genes, de manera precisa y con menor costo económico.
“Al usar CRISPR para editar un gen del mismo organismo o simplemente para inhabilitar un gen, y no introducir ADN externo, esta tecnología no cae en el ámbito de regulación del Protocolo de Cartagena. El Protocolo es claro, pues habla de ADN recombinantes, porciones de ADN transferidas de un organismo a otro por ingeniería genética. En CRISPR no hay transferencia de genes y por lo tanto no se le incluye en el campo de regulación de los transgénicos”.
Esta peculiaridad le sirve a la tecnología CRISPR para que países como Estados Unidos y Alemania (recordemos que Europa se maneja en bloque en temas de regulación) anunciaran que no la regularán. Con ello, Castro prevé que es probable que para el 2021, año en que termina la vigencia de la Ley de Moratoria de Transgénicos, nos encontremos en un escenario donde la tecnología CRISPR haya avanzado mucho más y el mercado esté dominado por semillas basadas en ella antes que en transgénicos.
“Que Estados Unidos y Europa anunciaran que no regularán la tecnología CRISPR va a representar un ahorro de tiempo y dinero para los desarrolladores de tecnología. Además, como es tecnología barata, las empresas semilleras pequeñas o universidades podrán desarrollar sus propias variedades de acuerdo a las necesidades de cada país. Perú tiene necesidades en algunos cultivos en los que las empresas grandes nunca se van a enfocar porque no les ven mercado, pero una empresa semillera nacional, un centro de investigación con esta tecnología, puede ahorrar tiempos y costos relacionados a la regulación y beneficiar a la agricultura del país. Deberíamos apuntar más a eso que a estar peleándonos por una tecnología que tiene casi 30 años”.