La semilla constituye un insumo clave para la producción agrícola de calidad y acceder a mercados de mayor exigencia. Sin embargo, la información disponible nos indica algunas restricciones al respecto.
El IV Censo Nacional Agropecuario 2012 (CENAGRO), nos indica que solo el 12.3 % de los productores agropecuarios utilizan semilla o plantones certificados a nivel nacional. Si se desagrega esta información a nivel de región natural, el mayor porcentaje de uso de este tipo de semilla se da en la región Costa del país con 40.7 %; la Selva con 10.7 %, mientras que, la región sierra muestra el menor porcentaje con 5.7 % de uso de semillas certificadas.
Según información de SENASA, en la actualidad existen 1603 productores de semillas inscritos en el Registro de Productores de Semilla (de los cuáles, sólo 148 certifican su semilla) y se indica que el control de calidad interna en la producción de semilla es muy limitado. De acuerdo con la misma fuente, el cultivo con mayor producción de semilla certificada es el arroz, alcanzando el 85% del volumen total producido.
Si se toma la tasa de uso de semilla certificada (referencia campaña 2018-2019) se encuentra que el 12.07% del área agrícola es sembrada con semilla certificada. Para algunos productos de la sierra la situación es mucho más drástica: 0.25% en papa, 5.77% en quinua, 0.16% en maíz amiláceo, 0.25% en habas, 0.17% en cebada, entre otros.
Un tema que llama la atención es qué a pesar de estas cifras, la producción y el rendimiento de algunos cultivos de sierra como la papa y la quinua han crecido de manera importante en los últimos 15 años. La pregunta que surge es ¿cómo se ha logrado esto si la tasa de uso de semilla certificada es muy baja?. Claro que los otros insumos que se usan en la producción de estos cultivos también aportan a las mejoras, pero la semilla es la variable clave.
Mirando el lado de la demanda final de estos cultivos, se identifica que han existido señales positivas para generar respuestas por el lado de la oferta. En el caso de la papa, actualmente se producen alrededor de 5.2 millones de toneladas al año, el consumo per cápita ha pasado de 65 kg. en el 2003 a 90 kg. en el 2019 y algunos segmentos como las variedades amarillas y nativas han desarrollados productos para diferentes mercados diferenciados a nivel nacional e internacional. Por el lado de la quinua, especialmente en los últimos 5 años, el acceso a mercados internacionales ha sido importante. El Perú, en los últimos 5 años, se ha convertido en el primer productor y exportador de quinua a nivel mundial y el 2018 sus exportaciones representaron el 44.5% de las exportaciones mundiales, según MINAGRI.
Esto nos indica que han existido fuertes señales por el lado del mercado, para a su vez generar demanda por insumos de calidad. En esta lógica hay que entender que la demanda por semilla de calidad es una demanda derivada del producto final (los productores van a demandar mayor cantidad de semilla de calidad si se tiene una demanda del producto final también de calidad y en ascenso). Al parecer esto es lo que ha ocurrido con estos dos cultivos y la situación indica que no necesariamente han pasado por un proceso de certificación, pero si han usado un concepto de calidad para sostener una producción de calidad.
En este marco, se debe reconocer, fortalecer y promover de una manera más consistente, la existencia de los sistemas locales de producción de semilla a nivel del pequeño agricultor (que algunos denominan “semilla no certificada”) que es la que pueden producir agricultores registrados, quienes pueden implementar técnicas sencillas como la selección positiva, entre otras, para producir semilla de calidad. De alguna manera estos productores son los que han sustentado el aumento de la producción y el rendimiento de productos como la papa y la quinua en los últimos años. Hay que generar incentivos para articularlos al denominado sector formal de certificación.
Hay que percibir el sector de semilla como un mercado (oferta, demanda, precio); conocer más cómo se comportan la oferta y la demanda (y los criterios de calidad aplicados); se debe generar una cultura de uso de “semilla de calidad”; se deben crear las condiciones para promover la participación del sector privado, que incluye a la agricultura familiar; se deben aplicar criterios de especialización, diferenciación, marketing, competencia; fortalecer las capacidades de los pequeños productores para producir y usar semilla de calidad. De la producción y uso de semilla de calidad depende que los productos agrarios de la pequeña agricultura sigan accediendo y ampliando su articulación a los diferentes mercados.